La artista está presente
Mi diagnóstico de TDAH y el arte como presencia total, según Marina Abramovic.
Hace unos días fui a ver la retrospectiva de la artista Marina Abramovic en la Royal Academy of Arts en Londres, la muestra más grande del museo dedicada exclusivamente a una artista mujer.
Aunque la seguía hacía muchos años, pude entender por primera vez en esta muestra el recorrido y la clave de toda su obra. Había artistas en vivo reproduciendo performances icónicas de la artista (una pareja desnuda enfrentada en un pasillo, una mujer viviendo adentro del museo 12 días sin comer ni hablar, otra colgada de los brazos, inmóvil durante horas), y videos, fotos, esculturas, grabados de todos sus años de carrera.
Me conmovió mucho y me dejó un mensaje para este momento vital, pero para explicarlo necesito hablar de otra cosa.
En el correo anterior conté que el mes pasado me lo pasé mayormente llorando, en un proceso de transformación gigante, que me puso al borde de todo. Pero omití un detalle que no estaba lista todavía para compartir. Hace algunas semanas recibí, después de muchas pruebas, exámenes, entrevistas y tests, un diagnóstico de TDAH (o trastorno de atención e hiperactividad), en inglés, ADHD.
El TDAH es un tipo de neurodivergencia que se desarrolla de distintas maneras en cada persona pero que en casi todos los casos tiene asociado un problema de atención (o mucha o muy poca, dependiendo el momento). En mi caso, la hiperactividad se traduce principalmente a mi mente (aunque no es lo único). Mi cabeza puede procesar de manera infinitamente rápida muchos estímulos, y de manera infinitamente lenta muchos otros.
En un mundo que espera siempre rapidez, un cerebro así vive quemado, sobreexigido, al borde del colapso, haciendo mil y un malabares para llegar con todo pero quedándose muy atrás (y autoflagelándose por no lograrlo).
Durante 34 años de mi vida me pregunté por qué me costaba tanto vivir, a secas. Por qué tenía bajones emocionales una vez cada dos meses, por qué vivía con tanta ansiedad que no se explicaba (solo) por el proceso del trauma, por qué tenía tan mala memoria para unas cosas y tan buena para otras, por qué acciones muy simples me sobrepasaban y otras muy difíciles me salían tan fácil.
Con un esfuerzo intelectual enorme, pude tapar los huecos de mis imposibilidades, pero a un costo emocional y físico demasiado alto. Necesité colapsar a todo nivel para ver que había algo más que mi cansancio, una migración difícil o el estrés de cuidar mayormente sola.
Cuando recibí el diagnóstico, entonces, sentí un alivio enorme. Y también mucho mucho dolor.
Alivio por entender que esto que sentía tenía una explicación más, por poder sentirme menos sola e identificarme con otros que estaban en la misma, por saber que este camino venía con muchas cosas que podía hacer para ayudarme a estar mejor. Y mucho dolor por no haberlo visto antes, por haberme chocado una y otra vez con mis límites y vivir siempre al borde, por sentirme un fracaso por no poder seguir el ritmo del resto, por estar desatenta en mi propia vida y perdérmela, de a momentos, casi toda.
Recorriendo la exposición de Marina Abramovic hace unas semanas, y viendo el hilo conductor de sus obras en retrospectiva, pude descubrir que con el correr de los años sus performances se habían ido simplificando, no en potencia ni en impacto sino en esfuerzo. Abramovic había ido descubriendo, a lo largo de su vida, que no era necesario mover una montaña para conmover y dejarse conmover. Lo que buscaba producir con sus obras podía lograrse cada vez con menos: more and more of less and less, en sus palabras. Y me puso a pensar en mi momento vital, y en todo lo que estos últimos meses me habían venido a mostrar. En cómo podía ser verdadero para mí esforzarme less and less y tener una tener una experiencia vital igual de profunda o, en realidad, muchísimo más profunda.
El objetivo intrínseco de todos los años de arte de Abramovic era crear, en ella y en quienes lo vieran, un estado de presencia total. Su idea del arte era volverlo una herramienta para experimentar una claridad mental extrema, un estado de gracia, de presencia, de luminosidad. Estar en presencia con todo lo que eso implicara, sin apartar nada.
Cuando fui a ver la retrospectiva con las mil y una maneras que la artista puso en escena para lograr esto (y que invito a descubrir en la muestra o en videos de sus performances icónicas, por suerte hay miles en YouTube), yo todavía no había recibido el diagnóstico formal, pero entendí en ese mismo momento por qué me había llevado hasta allá.
Mi cercanía cada vez más profunda y transformadora con el arte y la creatividad me estaba mostrando esta posibilidad, sobre todo para mí, pero también como práctica para explorar con los demás: el arte como canal posible de presencia.
En los últimos años cada vez me había ido acercando más a la creación como posibilidad de expresión del ser y, especialmente, como ese lugar de presencia total. Al escribir, al pintar, al bailar, al ver una obra conmovedora, al transmitir estas herramientas, mi cabeza y mi cuerpo entraban en la posibilidad del “estar ahí”, completamente absorbidos por la creación. El resto del tiempo me costaba -y me sigue costando- poner ahí esa misma atención y no irme, irme, irme, “con el santo al cielo” -como dicen en Madrid-, a vivir disociada en mi imaginación.
Yo quería crear espacios de verdad y belleza a través del arte y la creatividad, pero ahora estaba entendiendo en carne propia de qué se trataba esto para mí, y experimentarlo.
Es muy duro, y sigue siéndolo la mayor parte de mis días, entender quién soy ahora, sin todas las estrategias que construí para que no se me note lo que no me sale. Supongo que será un camino muy largo descubrir cómo es la Bárbara que se exige menos, que va más lento, que fluye más naturalmente con lo que sí y que hace cada vez menos lo que no, que se pone a diario en actos de presencia y que se castiga menos cuando no lo logra, que entiende que tiene el privilegio enorme de hacerse estas preguntas y que no da absolutamente nada por sentado, que es más amable consigo misma (y con el resto), que busca lugares de pertenencia que entienden más cómo se siente vivir de esta manera, que no busca cambiar nada de sí misma, sino más bien ir más adentro, a ver lo qué sí es valioso, a ver lo que sí vale la pena, a ver lo que sí es transformador y real.
Como escribe Abramovic en su manifiesto por el Arte vital, junto a Ullay, su pareja creativa durante muchísimos años, el objetivo es experimentarlo todo desde una nueva perspectiva:
Sin ensayos
Sin final predestinado
Sin repetición
Con vulnerabilidad extendida
Con reacciones primarias
Expuesta al cambio
La vida como un gran acto de presencia, el arte como canal y el cuerpo como portal. Al fin y al cabo, vivir es la gran performance, ¿no?
Amiga! Te van a encantar sus memorias 🩵 Marina es una de las referentes que más me ha enseñado sobre estar cara a cara con en gesto creativo. Te abrazo mucho!!