Hola, ¿cómo estás?
Edito este mail desde Folkestone, UK, un pueblito costero, colorido y hermoso, a una hora de Londres. Son las 8:33 de un domingo y salí a caminar para mandar este mail, desde el único bar abierto a esta hora en esta ciudad.
No estaba segura de mandarlo. Prefería dejarlo en una carpeta oculta para siempre o transformarlo en otra cosa. Pero el jueves, el último día de segundo grado de mi hija en España, tuve una charla con una mamá de la escuela que acababa de conocer que me confirmó que tenía que ir por acá, que no tenía que ocultarlo más, que somos muchas, demasiadas, las que vivimos con este dolor a la sombra, y me animé, así que acá va.
Desde que mis papás se separaron, a mis 8 años, mi papá actuó como si yo fuera su novia. Dormíamos en la misma cama, me invitaba a salir como si tuviéramos una cita, se ponía celoso de mis novios, me tocaba de maneras desubicadas, quería saber dónde estaba todo el tiempo, me bombardeaba con llamadas y mensajes a cualquier hora, me quería tener cerca, sin importar lo que yo quisiera o sintiera.
Él solo quería estar conmigo. Tener todo mi tiempo a solas con él, que le prestara atención, estarme encima.
Desde mis diez años y hasta mis 21, que fue cuando pude escapar, fui víctima de su acoso constante, de su violencia, de su total falta de límites, de sus bordes difusos, de su incapacidad para ser un padre o, más bien, de su total capacidad para ser un padre abusivo para mí.
Mi cuerpo y mi sistema nervioso vivió todo esto --y lo que todavía no pude lograr acordarme, porque vive borroso en mi mente-- como una amenaza abusiva constante y un peligro para mi integridad física. Para cuidarme, mi cuerpo puso en acción distintas técnicas que en ese momento me dejaron a salvo, pero que hoy me inhabilitan a vivir el presente, y con las que tengo que negociar todo el tiempo. Una: disociarme, es decir, escaparme mentalmente durante casi todo el tiempo que estaba --o no-- con él; dos, cortar mis sensaciones físicas, porque no podía lidiar con ellas a la edad a la que las estaba viviendo; y tres, poniéndome en estado de alerta constante, porque nunca sabía en qué momento podía estar en peligro, lo cual me volvió una persona hipervigilante, para siempre.
Claro que todo esto lo puedo ver recién ahora. En su momento, que mi papá fuera así conmigo (y que yo lo viviera de esa manera) era completamente normal. Lo que no era normal era que yo tuviera ataques de pánico, que buscara miles de excusas para no ir a verlo, que tuviera problemas de estómago que no tenían causa evidente, que fuera completamente obsesiva, exigente y perfeccionista conmigo, que la pasara tan mal.
Nadie lo vio. No tuve una red de contención. No lo pude hablar con nadie.
En lugar de eso me puse a escribir.
A los 18 años escribí un libro de cuentos entero sin saber que estaba hablando de abuso, sin saber que estaba hablando de MI abuso. Les puse caras y cuerpos y nombres distintos a los personajes que en ese libro se quieren escapar y no pueden, que viven violencia pero solo atinan a quedarse inmóviles, y sostener, una y otra vez.
Hasta ese momento, yo no sabía que eso que vivía no era normal. No sabía que los padres no eran así con sus hijas. No sabía que todo eso me estaba marcando de por vida, que para siempre iba a estar a la defensiva, que nunca iba a sentirme a salvo, en ningún lugar.
Pero mi escritura sí lo sabía, y mi inconsciente también.
Tuvieron que pasar 15 años más para darme cuenta de que yo ya sabía lo que me pasaba, y lo estaba gritando, pero atrás de la ficción nadie lo podía ver, ni siquiera yo misma.
Cuando además de acosarme mi papá empezó a ser violento conmigo de formas más evidentes, recién ahí escuché las alarmas. Yo era más grande y noté, muy de a poco, que su forma de relacionarse conmigo era extraña. Empecé a entender mi incomodidad, mi disociación, mi angustia, empecé a ver las señales, y a sentir mucha, muchísima culpa.
De a poco, dejé de ser tan dócil, y eso no le gustó. Empezó a amenazarme, a mí y a mi mamá, y a mi hija, cuando se enteró que existía.
Hace once años, un día del padre, lo vi por última vez. Me levanté de la mesa en la que estábamos almorzando porque me insultó y quiso obligarme a cuidar a su madre, mi abuela. Desde ese día, tuve pesadillas todas las semanas de mi vida, en las que venía a buscarme y a obligarme a estar con él.
Creo que no hace falta agregar mucho más para demostrar que la situación nunca cambió.
La que cambió fui yo, y mis prácticas.
En estos once años tuve (y tengo) que hacer de todo para sanar esos años de hipervigilancia y estrés, de profunda disociación y, sobre todo, de culpa. Porque cuando me alejé de él, pensé que el problema era yo. Pensé que era una mala hija, que tenía que mantener el vínculo, que era “mi papá”, al fin y al cabo, el único que tenía, y que la causante de todo ese dolor era yo. Pensé, y a veces lo sigo pensando, que toda mi vida iba a tener algo que ocultar.
Ahora veo que no. Que no necesito ocultar nada porque yo nunca fui el problema.
Yo solo fui alguien que suplió la necesidad de contacto de mi papá, su amor mal ubicado. Yo fui, equivocadamente, la destinataria de su propio trauma no resuelto, de su posible historia de abusos generacionales, el último eslabón de una cadena de violencias que, después de mucho trabajo, quiero creer que terminó en mí.
Pero en esos años de soledad, cuando no tenía a nadie más que a mí misma para recurrir, la escritura y la creatividad fueron mis grandes aliadas, muchísimo antes de que pudiera pagarme la terapia.
Hoy puedo entender que refugiarme ahí, cuando no sabía de qué otra forma escucharme, me salvó. Encontré en la escritura, en los libros, mundos en los cuales ser otra, gritar en voz alta, sentirme menos sola y expresarme, de la manera que fuera.
Sé, aunque sea una mierda, que todo este recorrido me trajo, como diría Gabor Maté, la sabiduría del trauma. Porque ahora tengo este poder, esta posibilidad enorme de poner en palabras, de hacer algo con ellas, de dejar de callarme, de crear lo que quiera.
Lo que viví me enseñó a cambiar mi narrativa, a transformarla, a saber cómo recordarle a mi cuerpo que está a salvo, a pedirle a esa nena que fui que ya no se castigue, porque no tiene la culpa de nada.
También sé muy bien lo que es sentirse sola, y por eso puedo, cuando me dejan, acercarme a quienes lo pasan mal para ayudarlos a salir de un lugar parecido al mío; ser una guía posible como lo fui para mí cuando escribía mi primer libro, hablándome en clave.
Hoy mi deseo está puesto en sentir todo, cueste lo que cueste, y en ablandarme para dejar de ser esa que estaba paralizada frente a la vida, incapaz de sentir, porque todo se sentía demasiado.
Pero también paso mucho tiempo preguntándome cómo sería el mundo si todas las personas que estuvimos en silencio empezáramos a hablar. Cómo sería todo si tuvieran miedo quienes abusan, y no quienes fuimos abusadas.
Pienso que ese mundo, el mundo sin silencios, y con más poderes recobrados, quizás no esté tan lejos. Como escribe Audre Lorde, “una no está realmente completa si permanece en silencio, porque siempre hay una pequeña parte en su interior que desea ser pronunciada”.
Algunas de las cosas que estuve viendo, leyendo y escuchando para entender más sobre esto.
Silencios, de Tillie Olsen y Hermana otra, de Audre Lorde
Este año se tradujo y publicó el libro de ensayos Hermana otra (Sister Outsider) de Audre Lorde, que circuló infinito en la web en PDFs y que hacía tiempo que estaba descatalogado. Es un libro necesario, revolucionario, maravilloso, que tiene entre sus escritos el que se llama Transformación del silencio en lenguaje y acción, del que tomé las citas del correo de hoy. Ese ensayo, como varios de los de este libro (La poesía no es un lujo, o Lo erótico como poder) son para imprimir, subrayar, pegar en un lugar visible, aprender de memoria. Silencios, de Tillie Olsen, es otro libro que habla de las voces que no escuchamos, porque no tienen el poder ni los medios necesarios para expresarse.
La película The Tale
Me costó mucho ver esta película (y es un gran trigger/gatillante), pero sabía que necesitaba verla porque hablaba de una historia muy parecida a la mía. La protagonista (la actriz Laura Dern) descubre en su vida adulta un cuento que escribió cuando era chica en el que relata una historia de abuso de manera encubierta. Todo el mundo cree que lo inventó, y ella misma se guarda la verdad, porque desconoce la gravedad de los hechos. Pero muchos años después, con la luz de la adultez, vuelve a repasar lo que vivió y se da cuenta de que todo fue mucho peor de lo que recordaba, y busca encontrar a los culpables, pero sobre todo entenderse a sí misma.
El coraje de sanar, de Ellen Bass y Laura Davis
Este libro con esta tapa espantosa fue el primer libro con el que me sentí identificada, resguardada, entendida, abrazada. Está dirigido a víctimas de abuso sexual, e incluye apartados con prácticas y ejercicios de escritura para sanar, información para familiares y parejas de personas que vivieron abuso, y muchos relatos y textos sobre el tema. No es un libro fácil, pero es sanador. Si conocés a alguien a quien le pueda servir, vale la pena la recomendación. Lamentablemente solo lo encontré en inglés.
Algunas de las propuestas y talleres que voy a compartir estas semanas.
Contar el abuso
Si estás en un proceso terapéutico en relación al abuso y buscás un espacio seguro donde seguir indagando prácticas y recursos para contar lo que te pasó, escribime a holavidapropia@gmail.com
Voy a coordinar un espacio gratuito para co-crear, hablar y reflexionar sobre el tema, a nuestro tiempo.
Último encuentro de El silencio de las madres
Este viernes es el último encuentro de El silencio de las madres, un taller que creamos con Nati Romero cuando no sabía todo lo que conté acá.
Me resulta curioso y revelador que con Nati hayamos decidido dejar de hablar del silencio (que existe y cuánto) para empezar a hablar de cómo crear a pesar del miedo (que es lo próximo que vamos a hacer juntas).
Si querés vivir la última experiencia de este taller que nos acompañó cuatro años, podés escribirnos un mail acá: holavidapropia@gmail.com Quedan dos lugares.
“A medida que aprendemos a sobrellevar la intimidad del escrutinio y a florecer en él, a medida que aprendemos a hacer uso del producto de ese escrutinio para empoderar nuestras vidas, los miedos que gobiernan nuestra existencia y construyen nuestros silencios dejan de tener control sobre nosotras.”
Audre Lorde
Nada me costó tanto como escribir esto. Gracias por estar del otro lado. Significa un montón.
Si pensás que lo que escribí le puede servir a alguien, podés reenviárselo.
Si te sirvió a vos, me haría mucho bien que me lo contaras. No estamos solas.
Un abrazo grande y hasta el próximo correo.
Bar
Soy Bárbara Duhau, aliada creativa, escritora y docente. Acompaño a las personas a crear y a animarse a crear, desde mi estudio creativo Supernova, la comunidad Vida Propia y mis propuestas de color y creatividad.
Recibiste este mail porque te suscribiste a mis mails o pediste información sobre mis talleres.
Podés encontrarme en Instagram, Pinterest y Goodreads.
Podés desuscribirte acá.