Hola, ¿cómo estás? Tanto tiempo.
Pasó más de un año desde que mandé mi último newsletter, desde otra plataforma, con otro formato y hasta desde otro país.
A partir de ahora voy a compartir por acá algo de lo que estoy pensando, leyendo y mirando. Esta vez el correo es largo, así que si tenés poco tiempo podés ir directo a la sección Belleza que salva, en la que recomiendo cosas que me conmueven o me hacen bien, o a Propuestas para crear, donde cuento a qué te podés sumar de lo que estoy haciendo ahora.
Hace dos meses me mudé con mi marido y mi hija al otro lado del planeta. Mi marido vive ahora mayormente en Londres y mi hija y yo vivimos mayormente en Madrid. Mi hijastro se quedó viviendo en Buenos Aires, porque ya está lo suficientemente grande como para decidir dónde vivir, y no quiso sumarse a este plan (todavía).
Todas esas decisiones fueron difíciles. Mudarnos de país, dividir a nuestra familia en tres, armar toda una vida de nuevo en otro lado, extrañar, extrañar, extrañar. Y, sin embargo, nunca dudé.
El mes y medio previo a venirnos estuve agotada de hacer trámites, armar valijas y cerrar temas pero confiada (y un poco negada), y esa actitud me hizo darme cuenta de que era algo que mi alma –o mi fuerza vital, o mi fuerza creativa, o vaya a saber qué adentro mío– quería y deseaba hacer, probar, experimentar.
Y me dejé llevar.
Pero cuando llegamos Madrid y me quedé a los dos días sola con mi hija haciendo trámites y armando una casa de cero –con mucha ayuda y mi marido yendo y viniendo, sí, pero igual– volví a caer en el agujero de Alicia y pensé que no iba a salir más. Tuve varias crisis de ansiedad y me subí al loop de la hipervigilancia y la hiperproductividad como hacía tiempo que no me pasaba.
Algo adentro me pedía que parara y escuchara pero el trajín de armar algo nuevo y aprender a estar en otro lado mientras cuidaba a mi hija e intentaba trabajar no me permitió parar. Hasta que pude. Y cuando lo hice, me di cuenta de que estar físicamente lejos de mi papá, que durante tantos años había sido la fuente de mi miedo (la historia es larga, no me voy a meter ahí hoy), me había permitido empezar a sentir muchas de las cosas que, estando a 25 cuadras de él, todavía no había podido sentir.
No fue hasta que me permití estar en silencio conmigo –hasta que pude y me dejé, en realidad, sentir– que apareció la tristeza, el enojo, la rabia, la angustia y todo eso que había anestesiado durante toda mi vida, y que en los últimos años, a fuerza de terapias y mucho sostén, había empezado a sentir.
Y ahí entendí por qué mi inconsciente me había llevado a elegir en el último tiempo cosas que me hablaban de la calma y la lentitud, sin que yo les prestara demasiada atención. Entendí por qué en los collages que había armado con mi hija unos días después de llegar acá había aparecido la calma, la simpleza, el aire libre y las velas. Entendí por qué había empezado a leer Cómo no hacer nada, de Jenny Odell, sobre la resistencia a la hiperproductividad, y me había fascinado tanto; por qué de repente lo único importante era comprar comprar mantas para mi nueva casa, aunque hiciera casi 30 grados; por qué de un día para el otro la palabra hygge se me aparecía en neón en mi cabeza, por qué me costaba tanto pero tanto escribir.
Entendí, cuando dejé de resistirme, que yo misma me estaba llevando hacia un lugar vacío de ruido y estímulos para ayudarme a ver y a sentir todo eso que tenía guardado. Y pude ver que este viaje era un viaje interno más que otra cosa, y que me había invitado a jugar este juego sin saber para qué. Descubrí que este era un viaje viaje al pasado y a mí misma, mucho más que a otro continente, y que todos mis proyectos creativos y mis elecciones estaban ahí esperando que yo me diera cuenta de una buena vez.
Hoy puedo escribir esto porque ya no le tengo (tanto) miedo a lo que apareció. Tengo mucha suerte y un marido que acá, allá y en todas partes me sostiene la mano y me ayuda a no odiar esta versión de mí misma que por momentos se hace demasiado oscura y no me deja sentir. Tengo una red muy íntima que fui construyendo de a poquito y con calma que me hace de brújula y me guía cuando todo es gris e indefinido. Tengo mis herramientas, las que fui cosechando todos estos años de terapias, de escritura, de autoafirmación de mí misma, que me rescatan y me recuerdan que puedo conmigo, que no me abandono, que aun cuando no puedo nada soy valiosa, y que me merezco tener una vida feliz. Tengo una hija cuyo cuidado me obliga a ser una persona funcional y a salir de la cama, que me hace reírme a carcajadas de cualquier pavada, que me invita a cocinar un “banquete”, como ella los llama, y a mirar Gilmore Girls tiradas en el sillón hasta quedarnos dormidas como si eso fuera lo más importante del mundo, porque lo es.
Y me pregunto: ¿cómo hacemos para congeniar la calma y el espacio para sentir con estas vidas abarrotadas de tareas y obligaciones? ¿Cómo podemos permitirnos ver qué hay atrás de la ansiedad y la angustia sin dejar de ser seres humanos que buscan, ante todo, sobrevivir? ¿Hay una forma más lenta y en calma de hacer las cosas?
Claro que toda esta idea nace de un lugar de privilegio, de poder elegir qué hacer, cuándo, dónde y de qué manera. Sin embargo, el hecho de que esta posibilidad se le niegue a la mayoría no lo vuelve menos un derecho ni es menos importante.
Cuidar de una misma, hacer silencio para escucharse, repararse, puede parecer poco importante, individualista, y, sin embargo, hace muchos años, Audre Lorde, escritora y activista feminista, aseguró: “Cuidar de mí misma no es malcriarme, es preservarme, y ese es un acto de lucha politica”.
Porque, si no cuidamos de nosotrxs mismxs, si no tenemos derecho a lograrlo, ¿qué lucha colectiva podemos llevar adelante que no termine explotándonos más?
Yo lo sigo pensando. No tengo respuestas pero sí creo que es imperioso construir nuevas formas de hacer espacio, nuevos lazos que nos permitan tomarnos el tiempo que necesitemos para sentir lo que tengamos que sentir, y ver qué hacemos con eso. Espacios seguros donde poder repararnos, desde los cuales poder tomar distancia y pedir ayuda, y el resto del tiempo normalizar que cada persona puede estar en una que no sabemos cuál es.
El texto dice: Dejemos de normalizar la rutina opresiva y normalicemos lo que sea que sea esto ♥
Estas son algunas de las cosas que estuve viendo, leyendo y poniendo en práctica para ejercitar la calma.
Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención, de Jenny Odell.
Este libro de Odell me invitó a pensar en resistencia al nuevo paradigma de hiperproductividad (sobre el que estuve leyendo los últimos dos años), sin tirarlo todo por la borda. Para ella, la clave está en un punto híbrido en el que podamos hacer las dos cosas: contemplar y participar, irnos pero después volver ahí adonde hacemos falta. Esta idea de distanciarse para después volver, sin irse completamente, me gustó mucho. Porque incluye el no desconectarse de los problemas sociales, sino ir y venir en un vaivén que te permite tener más control sobre tu atención, sin estar enredado para siempre en las piscinas infinitas.
La vida y obra de Hilma af Klint
Su historia de vida es fascinante, y dolorosa. Fue la primera artista que pintó arte abstracto --sus primeras obras de este estilo son de 1906--, y sin embargo su arte fue tan disruptivo para la época (y tan inmensamente bello y colorido) que nadie lo entendió, ni lo valoró. Ella misma, después de luchar mucho para ser reconocida toda su vida sin lograrlo, le pidió a su sobrino que guardara bajo llave toda su obra 20 años después de muerte, y recién ahí mostrarla. Una gran parte de todo eso que se guardó está ahora expuesto en el Tate de Londres, y su retrospectiva comentada en el libro Visionary. Además, hay dos grandes films que cuentan su vida y muestran su obra, que a mí me conmueve un montón: el documental Beyond the visible y su película biográfica, Hilma.
El manifiesto Hygge en el libro Hygge, la felicidad en las pequeñas cosas
La idea del Hygge
El Hygge, que se pronuncia “jiuga”, es una palabra escandinava que significa “confort”, “placer de cosas reconfortantes”, “intimidad y refugio", y busca que las cosas sean mas lentas, orgánicas, tenues. Se trata de un estado de felicidad pacífico y sin grandes pretensiones, que busca que estemos a gusto, seguros y en calma. A mí, el estado hygge me estuvo pareciendo la mejor idea desde que nos mudamos, aunque en Madrid no haga frío como en Dinamarca. Su idea de refugio lento y rústico con olor a canela me parece un plan posible para atraer la calma, y es a donde tuve que llevarme seguido estos días de parar y sentir, en casa, sin más estímulos.
Galletas de banana y canela
Siguiendo con el hygge, este mes hice y comí muchas veces estas galletitas de banana, avena y canela. En 20 minutos te llenan la casa de olor a galleta sin haber hecho demasiado. Receta: una banana pisada, una taza de avena (con o sin gluten), pasas o chips de chocolate, y canela. Todo mezclado, al horno en 180 grados, por 15 minutos. Podés hacerlas de forma redonda con una cuchara, o meter la mezcla en moldes para galletitas.
Algunas de las propuestas y talleres que voy a estar compartiendo en junio.
Relanzamiento de Vida Propia
Después de una pausa de varios años, retomo este proyecto tan querido con un nuevo enfoque, cuya nueva búsqueda tiene que ver con explorarnos y sanar desde el arte y la creatividad.
A partir de esta semana habrá nuevas propuestas, talleres y encuentros alineados con mucho de lo que compartí en este correo. Va a ser un lugar donde poder explorar en calma y en comunidad lo que nos pasa internamente, con el arte y la creatividad como herramientas de introspección personal.
En este vivo cuento un poco más cuál fue el proceso que me hizo retomar el proyecto, y los 5 años de historia que lo trajeron hasta acá.
Podés seguir las novedades esta semana desde su Instagram.
Crear, criar y jugar
Todavía no lo contamos oficialmente, pero en julio vamos a dar un taller de dos encuentros junto a Javi Valencia Arenas para acompañar a las personas que crían a potenciar la creatividad de lxs niñxs de sus vidas (y nutrir la propia en el camino).
Se vienen la vacaciones (de invierno en el hemisferio sur, y de verano en el hemisferio norte) y pensamos este taller como un kit lleno de propuestas, actividades e ideas creativas para poder tener más recursos y acompañar a lxs niñxs en sus búsquedas (y tiempo libre), sin quemarnos en el intento.
Si te dan ganas de sumarte, antes de que lo contemos a viva voz, te podés inscribir en este formulario.
“Quiero sentir tanto la belleza como el dolor de la era en la que vivimos. Quiero sobrevivir sin entumecerme. Quiero hablar y comprender las palabras de las heridas, sin que estas palabras se conviertan en el paisaje en el que habito. Quiero tener un toque suave que pueda elevar la oscuridad al mundo de las estrellas.”
Terry Tempest Williams
Esta fue la primera edición de este nuevo formato de news. Quiero agradecer, sobre todo, a Emi Roggiero de Ta Newsletter, por haberme ayudado a armar esta nueva versión de mail ❣️
Y a Gabi Chestrada, que diseñó mi nueva identidad visual.
Ojalá puedas, de la manera que te salga, ejercitar la calma estos días. Y si no te sale, no te preocupes, somos un montón.
Si se te ocurren cosas bellas para recomendarme, para crear, o solo para compartir, acá estoy. Voy a responder con calma pero todo lo voy a leer, y agradecer.
Un abrazo enorme, que tengas una linda semana,
Bar
Soy Bárbara Duhau, aliada creativa, escritora y docente. Acompaño a las personas a crear y a animarse a crear, desde mi estudio creativo Supernova, la comunidad Vida Propia y mis propuestas de color y creatividad.
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